viernes, 19 de abril de 2019

Azul liviano






La luz no sabe otra manera de ser terruño,
de escudriñar las anteras de azul liviano,
de apartar del barro las semillas 
con las que el trigo se eleva en sustento,
la luz no conoce otro modo de ser
la huella ígnea de la naturaleza sobre la cama,
el ruido mate de la noche
que se hunde como el silencio en lo perenne,
sino es a través de dos pupilas sabias
que corren encima del aliento con sus pies de beso.
Antes que la flor invente su color,
sus manos sucesoras del cacao y la gloria,
avanzan sobre mí, deshojándome
como el viento otoñal al ficus,
ella con su mirada inteligente borda la tierra,
mi cara aguzada como mis dientes o la navaja,
como el impacto o el recorrido,
mi tez de crío dedicado a la faena,
mis ojos con los que toco sus vigorosas caderas
que se alzan con semblante de soplo desnudo. 
Entre los dos, atún en trozos alimonado,
café con la presencia de los que han arado,
la forma, la estación,
el espacio contra el desconcierto.
Ella no eligió su nombre,
me gusta llamarla agua,
inspiración, lumbre, vigilia
que procura el cutis de la mañana, 
simple de estrella o de crepúsculo
a veces su boca tropieza sobre mi torso,
ese instante tiene el tono de sus ojos,
fruta edénica, aire, intemperie, 
su espuma, linfa que restablecen y equipan mis manos,
enérgica indigencia por lugar entre sus brazos de pan,
mi boca de emigrante dentella la pulpa y la pitahaya
fruto maleable del cielo en la lengua
que vigoriza la médula de mis huesos,
constante fuerza terrestre,
mis sombras no tienen luna,
origen húmedo del mundo en flores noctámbulas
pero conocen de su curso centellante,
ella y su talento por partir mi piel con el oleo celeste
es el medio de saber el peso de la luz en su corazón,
que como tambores de savia estallan en mí
como el océano es sus albores,
como el polen esparcido en los cortos días
que defiendo en mí, pasión, aroma. 









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