jueves, 29 de agosto de 2019

Entre ritmo y melodía




Dotas mis manos, hoy, radiantes mis rasgos y mi alma,
orientados íntegros a la resistencia geológica,
limpio mi corazón de ascendente serenata,
desde su mirada melódica nocturna se enciende la más firme claridad
que pueden tener las estrellas y la húmeda noche,
la boca emigrante que mastica la pulpa y el vino,
 y mis brazos que se moldean con el precipicio del fulgor.
Desde mis entrañas de remolinos que baten el tiempo,
de tambores ásperos y medidas que detallan el polvo,
desde la nítida resonancia del eclipse que digiero,
hasta mi espalda  tenaz donde se tolera el ahora
de mi existencia enredada con sonidos desnudos
que se apropian del aire que alimentan el ascenso,
huelo los destellos del universo germinado vertidos de sus ojos,
no como emerge el dominio, sino como mana la confianza,
aquella de sabor a tierra fresca que lucha contra la extensa negación.
La claridad de su carne, idéntica a la lluvia que humecta la vida
posee el impulso que preserva el origen,
aquel que me llega con resplandor de frutos, dulces como el durazno,
y amargos como la cebada fermentada,
curvan sus caderas el mar encendido
donde navega la desmedida parábola de mis manos diminutas,
como el frío de agosto que se extingue
ante sus venas que abre el camino a lo que se acerca,
follaje que agrieta las sombras más compactas,
con su tejido de mineral y sangre, de agua y piel,
quién soy yo, sino el intervalo que nos libera y separa,
del impacto y el itinerario, del hastío y la equidad,
quién es ella, sino el salvaje signo que aromatiza
y abre los días que todo lo une.



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