por esperanzas caducadas, voluntades vencidas,
de ventanas abiertas y miradas perdidas
en monitores de radiación baja, como consciencias
de un staff que continúa sin reparo menguando
el futuro en este mismo instante, total la cuenta
la pagamos todos, hasta el que se rehúsa.
Escritorios agónicos copados de libros
de muchos autores
desconocidos o por desconocerse,
que más que lectura necesitan comprensión
que más que comprensión aplicarse,
y así se descubra un
tratadista
tematizando de leyes
con la autoridad que le dio
escudriñar en los vínculos que se destejen cuando
se pierde el derecho a ser padre
y del hijo a tener uno,
a un ensalzador de infortunios que desarrolla
la ecuación de la vida insólita
que silencia la
verdad
por monedas contantes y sonantes,
a un desconocedor de la exactitud
en la cuenta crediticia que un banquero
tuvo a bien brindarle, abocar el alma al consumo
enseñándole al incauto a comerse el mañana
ahora mismo, sin más.
Apilado sobre la silla se conforma el paisaje
de una ordinaria oficina por unas horas
siniestras de sueldo asegurado,
a un Hipócrates
moderno que hizo el juramento
de irse a la huelga con la salud del pueblo
mejor aún si hay muertos para el reproche,
a un educando que
recibe una escueta enseñanza
para que le cueste
más saber que una disfunción pedagógica
se adquiere con mas esfuerzo que una complicada información,
que más da, si al regresar a casa a la mía a la
tuya
me espera seguir empapelando los afectos
que desciende de una ilusión momentánea
en una cama que se avergüenza
de verte levantar cada mañana
como que aquí no hubiera pasado nada
nada, absolutamente
nada
y retomas esa maniática manera
de poner el café sobre el viejo escritorio
y pensar que me salvó
el horario para marcharme
hasta el regreso rutinario de cada ingreso al recinto
donde me resigno a aguantarme a mí mismo
en una faena donde todos pagamos
y unos cuantos cobran.
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