Tengo en la laringe
las dos consonantes
y la vocal
de este sol tibio que se asfixia
por el fin de semana largo
de otoño y sin ti,
como en la lengua tengo,
el sabor de un grito apagado
por mariposas
que no quieren pintar sus colores fuera,
y se acurrucan en un verso sin duración
a la espera de verte salir por la mañana.
Tengo en el estómago
una fábrica de notas
que de puntillas bailan la melodía
de sabernos cualquier día volando
contra corriente,
casi frente a frente
el uno del otro,
pregonando la delicada
calidad de la artesanía
que significa amarnos.
Tengo en los genitales
la ruta Lima, Chosica,
un periplo por Europa
con todos sus euros
que cascan con sus dientes de tulipanes,
la sinfonía caída
sin perder el equilibrio.
Y el puro deseo de saberme dentro.
Tengo en los riñones
una piedra para mi iglesia,
que estalla con resplandor
e instaura una rosa.
El teorema del mar que resta,
luego simplifica,
a una sola pizca de sal ultra violeta
que besa el suelo
y enteramente retorna a ser
y a no ser ausencia,
Tengo en los pies
mi nombre que pronuncia la tierra
para asirme a ella
cuando decido erguirme
ante la magnética espuma de tu mirada,
que trae el infinito olor a mar,
tan cercano
que se disemina
en todas las venas y vasos capilares,
para destruir el castillo de furia y albura.
Tengo la seguridad en las manos
de una joven carcajada,
que como una red, pesca,
el océano escurridizo
del inmejorable y acorralado cariño.
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