Digamos que los peces regresan al mar,
sin amistar con el oleaje radioactivo
entregado
con la exactitud del sol naciente.
Digamos que el deseo de prosperidad va
condimentado
con una perspectiva que no existe, ni existirá
en el compás del presente indicativo.
¿Es que llego al destino?
de la manera (X2 +XY- Y2), sin arrastrar
enfados,
con memoria desentrañada con amonal y
tiempo,
con el paso con que nos acercamos
con la probabilidad de quien prevé,
con la prédica que se practica,
es que llego formateado por los dedos
que se expresan en el silencio cadencioso
de los vientos que soplan con frescura
sureña
que a ratos nos traen nubes ionizadas,
copiosas,
con interposición, con cometido, con tus
ojos ávidos.
Digamos que lo que tengo que decir es
preciso,
alcanzo al futuro reconciliado con tu
mirada
que me busca tímidamente en la solemnidad
de la fiesta de la frialdad mermada,
y con los incontables desafíos curtidores,
con los andenes de los propósitos
encendidos,
con la vetusta mortaja de los sueños,
con la madura distancia de la contigüidad,
con los rubores de la desnudez de los
cuerpos,
con tanto y cuanto menos,
con la aguda travesura de los encantos,
con el Gloria de Haendel,
con el surrealismo de los maniquíes,
con la chicha de jora,
y la prosa de los profetas,
con las felicidades y desventuras,
con mi sombra reflejada en la tierra.
Me
reconcilio con mi boca
que no tiene razón y con mi inocencia
que me declarará culpable,
aquí estoy, aquí he llegado
con mis ojos humanos, mis días,
mi saborear y mis vacilaciones.