El sol alcanzó la mañana sin nada que lo
impida,
un amanecer sin años, sin peso específico,
como si hubiera perdido los daños,
en la profundidad de los sueños.
El rostro detenido en la inalterabilidad
del que se sale solo un instante
para
mostrar una sonrisa
y los surcos que se delinean
en
la frente y al borde del globo ocular.
¿Acaso puedo verme
en tus ojos sin sentirme miel
bajo la paz abrigadora del huerto en flor
sin encontrar en ellos el norte magnético,
sin que los vetustos mares tomen la siesta
sobre las hojas nuevas del maíz,
sin degustar la plenitud de la vida
Sin olvidar que el prójimo es otro
al que se ama como a uno mismo,
y
acompañas sin temblar,
que el tu nunca es tuyo ni puede serlo,
sin que sea la constancia que estoy vivo,
o recibir un beso entero de tu alma
sin sentir que a mi autobiografía le faltas
tú
y le sobran los últimos diez almanaques,
sin que cada aliento tuyo
ablande mi resistencia,
sin que las horas de mi corazón
sean de esperanza y desesperación,
y dejen de ser vueltas al atajo
sin que quiera apoderarme de ti,
sin que sienta ansiedad
porque me echas de menos?
El rostro no es el de la pedrada
que procede a ocultar la mano.
¿Acaso puedo verme en tus ojos
sin sentirme bien.
Sin que tu nombre se convierta
en un traba garganta que impulsa
hacia adentro todo lo que debe salir,
sin que seas solidez palpable?
Sobre los llanos se encienden brazas
y en el desierto se moja la piel.
Sin que mi agonía busque en tu traje
la edición limitada de la carne,
y el meridiano enrojezca mi poesía.
¿Me acompañarás hasta el borde del universo
saltando de estrella en estrella, el
espiral
con nuestros pies de plomo,
y la condición de reos de muerte,
llevando de lo que queda del jardín,
tus rosas, para salpicarles en las pupilas
de la noche que espera,
donde nos esperan noches
para amasar
lunas con romeros
e hinojos,
una pisca de pimienta y sal
bajo el bigote la barba, y un sonido
Quiero conocer en tu mirada
al hilandero de los sueños.
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