Hermoso niño de carrizo, de suelo y altura,
más bello que el retoño de los vientos
boca libre y ojos grandes, rayo de azul
cielo
nervio de cobre y ande,
su inquietud quiebra las diamelas del aire
en los albores del mar,
no hay defensor que se iguale
ni lucero itinerante.
Aprendió a leer en los ojos fidedignos,
en las paredes, en los ritmos celestes,
en los textos de alacranes y serpientes
la abreviada sinfonía de los nibelungos.
resuena guitarra con chispas de armonía
y los astros de la tiniebla se vuelven
campanillas,
cuando raspamos la inmediación ultravioleta
la noche encuentra la planicie para postrarse
ante la frágil sociedad de la cordura,
nieto del laurel y la esperanza y también
de la tormenta
cuando el día se va despacio abrazando la
tarde
sobre los arroyos descendentes y el inquieto
mar
para vencer lo que parece sin regreso,
porque nadie duda
que viviremos un mundo sin fin en este
preciso instante.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario