viernes, 16 de enero de 2015

El verano y el mar

Trago en seco
para no desdibujarte
de mis pupilas,
para no anegarte
con el azar,
ni tocar con las manos
el aire azul y tibio
que quita la sospecha.
Que linda estás hoy
reteniendo en las manos,
el alma del autor.
Sí tuviera que imputar
sería al verano
por el calor del invierno,
a la sonata dieciseis de Mozart
por aclararme en tus ojos,
a la calle de tierra
por huir de la costumbre
por ser sin cordura, verdad.
Si, ese color te queda hermoso
lo reafirmo con la cabeza y en silencio.
La tristeza no consigue estropear el paisaje,
vasos de greda, rojo y agua,
salgo al encuentro del viento.
Las sombras de la tarde
se arrastran entre la vereda
y el oeste del jardín
entre el sopor y la destreza.
En el pecho crece la sensación
de no estar solo,
el sol siente lo mismo,
ambos libres de la parálisis,
respiro profundo para apartar el miedo.
No todos pueden soñar,
mi corazón te habla
cuando recuestas tu oído en él
y te escucha atento
en la viajera nube,
en el oleaje del mar,
en el vaiven de los pinares,
a donde sueles volver,
cielo barrido por tu vuelo,
verano de tu piel.
Mi amor, el oceáno tiene dos medidas,
la que imaginamos y la que él quiere tener.
 






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